Y la sangre fue el río de su sangre,
y la angustia el teorema del profeta,
allí caímos los dos sin abrazos falsos.
Empujamos al zurdo de los quebrantos.
Sin reducir el aliento del malvado,
sin lagrimas de las flores en el arado,
allí caímos los dos con asaltante caricia.
Inventamos la política del desengaño.
Muere hoy el viento del mañana,
con sus tibias dudas, antigüas bodas,
con su pulcro lienzo, gastados pinceles.